Si no sabés qué hacer

no leas estas palabras con la esperanza de encontrar ideas y sugerencias.

Yo tampoco sé qué hacer.

Probé muchas cosas, pero no funcionaron como yo imaginaba. 

Tal vez sea cuestión de seguir insistiendo...

Los entusiastas de la Nueva Era suelen citar a Thomas Edison como ejemplo de perseverancia, porque a pesar de haber fallado 10000 veces siguió tratando de fabricar la lámpara incandescente hasta que lo consiguió.

Lo que no sabemos es de qué vivía mientras tanto, o si se le dió por fabricar la lamparita cuando ya le había ido bien con otra cosa y le sobraba tiempo para dedicarse a alcanzar sus objetivos favoritos.

En mi caso, la cosa se está poniendo oscura. 

Lo que no sabemos es si se trata de la oscuridad previa al amanecer o de la oscuridad propiamente dicha.

La concentración del poder económico en el mundo no es un secreto para nadie. La pandemia parece incluso haberla acentuado. 

Mientras millones perdieron sus empleos y están viendo en casa de qué pariente pueden estacionar su cuerpo físico, algunas empresas alcanzaron records históricos de facturación.

Bueno, yo no tengo una empresa y mi empleo pende de un hilo.

Eso, por alguna extraña razón que no tendría sentido investigar, me recuerda que se separó Bill Gates. 

Tiene que dividir 130000 millones de dólares con su esposa.

Lo que me llama la atención es que no les da vergüenza...

Quiero decir que no les da vergüenza tener 130000 millones de dólares... Separarse, se separa todo el mundo, es normal... 

Pero tener 130000 millones de dólares debería ser motivo de vergüenza para cualquiera...

Espero que si lees estas palabras no me vengas con alguna defensa del mérito o de la maravillosa libertad que el capitalismo nos ofrece para acumular riquezas...

Si ves que ese es el caso, y estás esperando que yo termine de organizar este pequeño discurso para arremeter con el tuyo a favor de estas infamias, por favor, no esperes que te responda más que con monosílabos.

Para despedirme, quiero compartir, por las dudas que no lo conozcas, un trabajo de un querido amigo que nunca tuve la suerte de conocer: Oliverio Girondo.

Lo que esperamos

Tardará, tardará.

Ya sé que todavía

los émbolos,

la usura,

el sudor,

las bobinas

seguirán produciendo,

al por mayor,

en serie,

iniquidad,

ayuno,

rencor,

desesperanza;

para que las lombrices con huecos portasenos,

las vacas de embajada,

los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,

se sacien de adulterios,

de hastío,

de diamantes,

de caviar,

de remedios.

Ya sé que todavía pasarán muchos años

para que estos crustáceos

del asfalto

y la mugre

se limpien la cabeza,

se alejen de la envidia,

no idolatren la saña,

no adoren la impostura,

y abandonen su costra

de opresión,

de ceguera,

de mezquindad.

de bosta.

Pero, quizás, un día,

antes de que la tierra se canse de atraernos

y brindarnos su seno,

el cerebro les sirva para sentirse humanos,

ser hombres,

ser mujeres,

-no cajas de caudales,

ni perchas desoladas-,

y comprobar que la vida se arranca y despedaza

los chalecos de fuerza de todos los sistemas;

y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas

se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.

Y entonces…

¡Ah!, ese día

abriremos los brazos

sin temer que el instinto nos muerda los garrones,

ni recelar de todo,

hasta de nuestra sombra;

y seremos capaces de acercarnos al pasto,

a la noche,

a los ríos,

sin rubor,

mansamente,

con las pupilas claras,

con las manos tranquilas;

y usaremos palabras sustanciosas,

auténticas;

no como esos vocablos erizados de inquina

que babean las hienas al instarnos al odio,

ni aquellos que se asfixian

en estrofas de almíbar

y fustigada clara de huevo corrompido;

sino palabras simples,

de arroyo,

de raíces,

que en vez de separarnos

nos acerquen un poco;

o mejor todavía

guardaremos silencio

para tomar el pulso a todo lo que existe

y vivir el milagro de cuanto nos rodea,

mientras alguien nos diga,

con una voz de roble,

lo que desde hace siglos

esperamos en vano.

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