Magia o nada

—Contame algo de vos—, dijo Amanda.

—Mirá, lo que sé de mi mismo es muy poco, pero me atrevería a decir que soy como un perro, con el plus de que además canto, sé cocinar, y si las cosas fueran bien te podría llegar a enjabonar la espalda. Y no quiero presumir de que también bajo la tapa del inodoro porque si no vas a pensar que soy demasiado bueno para ser real... pero la bajo. Por otro lado, creo que también es importante decir que si bien me parezco bastante a Buda, el parecido se ve más cuando pensamos en el Buda del segundo mes después de dejar el palacio. Con esto quiero decir que estoy sin laburo y que ando con lo puesto. Hoy no me pude duchar, y, lamentablemente, me parece que se nota. En síntesis, por un lado me considero el hombre ideal para cualquier mujer que se precie de serlo, pero por otro me veo obligado a admitir que si lo que estás buscando es a alguien próspero, independiente y emprendedor, esas cualidades, por el momento, las tengo apenas como un potencial aún sin desarrollar—, le respondió El Coreógrafo del Silencio.

Era la primera cita. 

Por la forma en que el Poeta sin Obra pronunció su discurso, Amanda tuvo miedo de que le estuviera diciendo la verdad.

El Coreógrafo había llegado a un punto en el cual ya no toleraba nada que no fuera mágico. Habiendo ganado la Lotería, no le faltaba nada, pero se presentaba siempre como un mendigo para evitar que las mujeres lo quisieran por su fortuna y no por su particular visión de la existencia.

Esta práctica lo llevó a recorrer el camino de la soledad en todo su largo, ida y vuelta.

Si lo pensamos un poco, hasta el mismísimo Buda andaba solo. Tal vez por elección, o tal vez porque ninguna mujer sensata quiso atar su destino al de un hombre con tan poca iniciativa. 

Buscar la sesación del sufrimiento en un universo en donde el sufrimiento está escondido detrás de todo lo que existe es un anhelo que sólo podríamos esperar de un adolescente contrariado o de un abyecto negacionista.

—Bueno, yo te preguntaba tipo si tenés familia, o qué cosas te gusta hacer... algo más simple... jajaja—, dijo Amanda, tratando de que el barco no se hundiera antes de salir del puerto.

—Ah... yo pensé que esos detalles no iban a despertar tu curiosidad tan pronto, pero si te interesa más mi árbol genealógico que esta explosión de vida que se manifiesta ante tus ojos aquí y ahora...

—No, bueno, pará,  tampoco es para tanto... yo decía para charlar de algo... si no querés hablar de eso, hablemos de otra cosa...

—En lo que al tema de la charla se refiere, después de incontables horas de práctica, llegué a la conclusión de que más importante que el qué es el cómo. El contenido, por lo general, no tiene más remedio que repetirse una y otra vez. Claro, con un Borges, o una Isabel Allende, uno tarda más en darse cuenta, pero más tarde o más temprano se desilusiona cuando ve que los laberintos o el ajedrez aparecen una y otra vez como los planetas o las cuentas de luz. El cómo, por el contrario, se renueva constantemente. Es fluído como un río. En ese aspecto, para mí, la humanidad se divide en dos grandes grupos: aquellos que piensan que los ríos son siempre los mismos y aquellos que piensan que son siempre diferentes. Yo simpatizo con los dos grupos, pero formo parte de un tercero que decide no manifestarse sobre el asunto. Lo mío son las naranjas y los atardeceres... eventualmente, las milanesas...—, dijo el Coreógrafo.

—Disculpame, pero la verdad es que no te entiendo... Micaela me dijo que eras divertido y que nos podíamos llevar bien, pero no te entiendo..

—¿No nos estamos llevando bien?—, preguntó el Coreógrafo, con la inocencia de un niño que asiste por primera vez a un jardín de infantes.

—No, sí, todo bien.. pero, con todo respeto, me parece que sos un poco rebuscado... para un primer encuentro podríamos hablar de cosas más fáciles...

—Si lo que buscás es lo fácil, me atrevo a sugerir que la mayor facilidad la vas a encontrar al no relacionarte con nadie... o al esperar la muerte como quien espera la vuelta del Cometa Halley...

—No, bueno, mirá, perdoname, pero me parece que esto no está yendo muy bien... si no te molesta, lo dejamos acá... 

—Con todo respeto, sí me molesta, pero lo acepto, porque creo que el amor y la libertad son los valores supremos a los que podemos aspirar como seres humanos. Si no me amás, no lo entiendo, porque creo que soy muy amable, pero lo acepto. Y me alegra que por lo menos tengas la libertad para irte sin decir cascarudo.

—¿Cómo te voy a amar si ni te conozco?¿Y por qué iba a decir cascarudo?

—Siento mucho que hayas renunciado a tu libertad...

—Yo no renuncié a nada... lo único que hice fue perder el tiempo... con vos no se puede hablar...—, dijo Amanda y se fue, un poco enojada y otro poco desilusionada.

El Coreógrafo del Silencio se quedó un rato mirando como iban y venían las personas por las amplias veredas de la 9 de Julio.

Cuando le empezaron a doler las nalgas, llamó al mozo, pagó y se fue caminando lento, como quien no va a ninguna parte.



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