La princesa Mako

—Saluton. Kiel vi fartas?—, demandis Misaki.

—Mi fartas bone, dankon. Kaj vi?—, mi respondis

Como soy muy simpático, no le pregunté quién era. Me imagine que si me saludaba era porque me conocía y en seguida me lo iba a decir sin que yo se lo preguntara. Además, hacía 48 hs que no me bañaba había dormido muy mal y muy poco en la casa de un grupo de malabaristas que había conocido en la calle. 

Mi llegada a  la ciudad de Montpellier había sido un poco conflictiva. Tendría que haber sido la frutilla del postre, el final de un viaje de ensueño, pero terminó siendo una especie de pesadilla en la que me encontré sin dinero a muchos kilómetros de lo más parecido a lo que podría llamar mi casa.

Para llegar con elegancia a ese diálogo aparentemente inocente, tenemos que retroceder seis meses. Yo estaba en Bariloche, trabajando en la panadería de mi hermano, aburriéndome como nunca antes y sin saber qué rumbo tomar, como tantas veces antes y después. Abierto como de costumbre a cualquier cosa que pareciera divertida, encontré un aviso en una revista local que proponía un encuentro gratuito para estudiar esperanto. Era justo en mi día libre. Ahora que lo pienso, tendría que haber ido a un show, o a una clase de yoga, pero no, ya el espíritu me guiaba por caminos tortuosos y yo seguía sus mandatos sin protestar ni darme cuenta.

La cosa es que fui al curso y me llevé un diccionario y un libro para empezar a estudiar en mi casa. Una semana después, lo único que me interesaba en el mundo era el esperanto. Sólo leía cosas en esperanto y, como estaba en un momento muy musical, compuse una canción en la lengua internacional. En realidad, tenía un karaoke de una canción mía que había grabado en español y lo que hice fue, con mis modestos conocimientos del idioma, componer una letra simple y cantarla a dúo con una novia que tenía entonces.

El hombre que me orientaba, un alemán de perfil bajo del que algunos sospechaban que podría haber sido nazi, se fascinó con la canción y me dijo que la Asociación Universal de Esperanto organizaba todos los años un congreso mundial y dentro de ese congreso había un concurso artístico. Me aseguró que mi pequeña obra tenía muchas posibilidades de ganar el primer premio, que además de un diploma daría unos 300 euros. 

Esa suma me pareció interesante. Era lo que yo ganaba en dos meses de aburrimiento. Presenté mi canción en el concurso, con pseudónimo, como correspondía. El asunto es que no había manera de que yo consiguiera llegar hasta Europa para recibir el premio, eso siempre y cuando el alemán tuviera razón y yo lo ganara. Ir me iba a costar cinco veces más que el premio.

Yo no contaba con que el destino se las ingenia para cumplir con sus propósitos.

Estaba comiendo un sandwich de jamón, queso y tomate, tomando una cerveza, totalmente aburrido detrás del mostrador, cuando entró un cliente que yo conocía porque cuando salía de la panadería, una vez por semana, estaba ayudando a formar un coro en una escuela del barrio. El hombre cantaba, pero también ayudaba a la escuela, y era ingeniero, tenía un buen pasar, y se ve que le parecía que yo era lo suficientemente apto como para hacerme una propuesta de trabajo. 

Voy a resumir un poco este asunto de la propuesta de trabajo y mi relación con mi novia, porque si no para el momento en que lleguemos al congreso de esperanto, a Misaki, y después a la princesa Mako, ya se resolvieron los temas de la pandemia y el cambio climático y vos ni te diste cuenta.

Me ofreció ir a trabajar a una mina de oro en el sur, en realidad, a coordinar el trabajo de un grupo de albañiles y electricistas que se encargaban de construir las casas en donde iban a vivir los futuros operarios de la mina. La propuesta era 30 días en la mina, siete libres, 30 adentro, 7 libres.

De curioso, le pregunté cuál sería la compensación económica. Cada uno de esos meses representaba lo que yo ganaba en un año. Hablé con mi hermano, que entendió que lo mejor que podía hacer era darme la bendición, y le propuse a este hombre ir sesenta días seguidos y después ver si seguía o no.

Yo ya me imaginaba que era una locura, así que quise actuar como un caballero. Además, yo veía esos dos meses como mi pasaporte al mundo del esperanto.

Fui a la mina, hice lo que tenía que hacer, y volví con mi dinero. Le dije a mi novia que me iba a Europa por tiempo indeterminado y no lo tomó nada bien. Las persecuciones y peleas que sobrevinieron a nuestra primera discusión son tema de un ensayo mayor, pero como ya te dije, las dejamos para otro día porque si no Misaki y la princesa Mako nunca van a recibir la atención que se merecen.

Como la Asociación Mundial de Esperanto tiene su sede en Rotterdam, me pareció que mi viaje tenía que empezar por ahí. Claro que con el dinero que tenía no estaba para pasarme cuatro meses en Europa en hoteles cinco estrellas, así que usé otro recurso de la comunidad, el librito llamado Pasporta Servo. Ahí los esperantistas del mundo que tienen cuartos disponibles los ofrecen a los viajeros en distintas condiciones. Hay para todos los gustos: veganos, anarquistas, rastafaris, fanáticos del idioma, jubilados, meteorólogos, lo que vos quieras.

Así fue que me fui desplazando desde Holanda hasta el sur de Francia, durante cuatro meses, gastando lo mínimo posible, pero acabando poco a poco con mis reservas, hasta que llegué a Montpellier, en donde tenía ya un hospedaje pago a partir del primer día de congreso y desde donde tendría que llegar sin saber cómo de nuevo a Rotterdam para tomarme el avión de vuelta.

Después de viajar en micro toda la noche, llegué a Montpellier. Ahí, en la calle, conocí a los malabaristas y le expliqué que tenía que pasar la noche en algún lado. Me dijeron que podía ir a su casa. Era una casa tomada, sin servicios, en donde vivían unas doce personas.

Pasé el día con ellos y a la noche fuimos a la casa. No eran del tipo de personas que se van a dormir después de cenar. La casa era un caos. Había parejas haciendo el amor, gente tocando el tambor, y algunos practicando sus rutinas de malabares. Yo estaba muy cansado, pero no me podía dormir. Además, me quería levantar temprano para ir al congreso, buscar mis credenciales y con ellas mi ingreso al hotel que ya tenía pago para darme una ducha y dormir un poco.

Así fue que llegué a mi conversación con Misaki. Era una japonesa linda, que me conocía. En otras
circunstancias, yo habría sido más simpático, habría estado mucho más dispuesto a un romance internacional.

Ese día, después de que me dijo que había visto un video en donde yo tocaba en Amsterdam y por eso me había reconocido, porque ella también cantaba y le gustaría cantar conmigo, yo le respondí que sería maravilloso, pero que en ese momento estaba muy ocupado.

Fui al hotel, me bañé, tomé un desayuno continental que calculé que en caso de emergencia podría llevarme hasta el próximo desayuno, y dormí hasta las tres de la tarde.

Después vino el congreso, mis ensayos con Misaki, las sorpresas culturales, de las cuales vale la pena destacar que cuando se reía se tapaba la boca, como si fuera una vergüenza, y que practicaba una ceremonia religiosa que me pareció de lo más extraña y me hizo pensar que mi proyecto de romance internacional estaba de todas formas destinado al fracaso.

El asunto es que un día la encontré llorando y le pregunté qué le pasaba. Me contó que su hermana estaba embarazada y que el novio la había abandonado.

Yo no sabía si abrazarla, porque eso tal vez no estaba bien visto en su cultura, pero estuve ahí con ella hasta que se calmó un poco. Ahí me di cuenta de que por más que las personas tengan los ojos rasgados, o practiquen religiones desconocidas, o se tapen la boca cuando se ríen, en general tienen los mismos problemas que los que viven en otros lados. 

Y ahí llegamos a la princesa Mako. Recién estaba leyendo el diario y vi que esta chica renunció a sus títulos nobiliarios para casarse con un muchacho que conoció en la universidad. Mucho príncipe y princesa, pero a la hora de la verdad, cuando llega el amor, más vale irse a dormir con alguien que a uno le gusta que andar de embajada en embajada haciendo reverencias a personas que uno apenas conoce.

Esto no lo digo por experiencia propia, claro, porque yo, hasta donde sé, nunca pertenecí a la nobleza, pero viendo, intuyo que es así.

De todas formas, parece que la pronto ex-princesa sufre un síndrome de estrés postraumático debido al intenso escrutinio mediático y a las críticas de las que han sido objeto tanto ella como su prometido.

En todos lados se cuecen habas. 

Otro día te cuento cómo fue que conseguí volver a Argentina.



Comentarios

Entradas populares