Los fantasmas del pasado
En esa época estaba de novio con una mujer maravillosa, a la que mi obra literaria no le interesaba en absoluto. Todos mis esfuerzos destinados a llevarle mi palabra radioactiva al mundo le eran tan indiferentes como el nacimiento y la evolución de los molinos de viento en la Edad Media.
Fue por eso que me homenajeé solo.
Si bien a ella le encantaba celebrar cualquier cosa, y a mi me encantaba celebrar cualquier cosa con ella, en esa ocasión decidí no permitirle que empañara mi alegría mostrando un interés mayor por los ravioles y la charla que por mi logro artístico autogenerado.
Hoy, veinte años después, otra mujer maravillosa me envió la foto que ilustra estas palabras.
Para agregarle valor a la ya grata sorpresa de volver a ver la tapa de aquella edición humilde de una de mis primeras incursiones en el mundo de la palabra escrita, supe que la foto no la había sacado ella sino una amiga suya que vive en Uruguay y que de alguna manera en aquellos años se quedó con el ejemplar que yo le había regalado a la mujer que me envió la foto (se ve que ella tampoco sentía un gran interés por mi obra literaria).
No me preguntes cómo es posible que ella haya guardado un ejemplar durante tanto tiempo.
Los que imprimí, los regalé todos.
El original en A4 lo dejé en un bar de la calle Suipacha como propina (junto al 10% de lo consumido, porque si bien yo siempre tuve mi arte en alta estima, no por eso supuse que la moza que me atendió tendría la misma percepción del valor de mi trabajo fluorescente).
El asunto es que junto con la foto me llegó un aluvión de recuerdos.
Me acordé de todo. De las circunstancias en las que fue escrito, del lugar donde vivía, de mi novia de entonces, de las aventuras vividas en el lugar donde vivía... bueno, de todo lo relativo a aquella época...
De los nervios, cuando le respondí a la mujer que me envió la foto, le dije que además de agradecido por su gesto estaba sorprendido y emocionado porque ese era un recuerdo de mi primer trabajo literario.
En cuanto le respondí, se abrió en mi mente otra ventana que me permitió ver un paisaje lleno de recuerdos olvidados: me acordé de que no era mi primer trabajo literario, sino el segundo.
El primero, oh autor visionario, oh gran guerrero de la palabra incandescente, había sido escrito unos años antes y tenía por título "Obras Completas".
En ese pequeño volumen de poesías afroparadisíacas, oh musas del Parnaso, oh celestiales inspiraciones atemporales, estaba contemplado todo el desarrollo de mi futura carrera literaria, si es que podemos llamarla una carrera, porque para mi se parece más a un agradable paseo por el bosque.
En esa pequeña obra atómica ya estaba prevista la aparición de "Introducción", que sería el segundo volumen.
Cómo me gustaría volver a leerlo para saber hacia dónde tengo que ir, por lo menos de acuerdo a aquel mapa original garabateado en un prostíbulo intangible.
Ahí estaba todo, estaba también la semilla del porvenir alado que me llevaría hasta este momento sagrado. Yo de alguna manera lo sabía, pero no le daba la misma importancia que le doy ahora. Le daba más.
Tomaba whisky, pero no me embriagaba con la misma libertad que ahora que un vaso de agua me da ganas de bailar y agradecer hasta el desmayo.
En el principicio era el verbo.
Después, la realidad llegó brillando como diez mil soles.
Gracias. Gracias. Gracias.