El Eón de Horus

EL EÓN DE ISIS La Fórmula de la Gran Diosa

Es imposible señalar el comienzo del Eón de Isis, pero hay evidencias de la adoración de la Gran Diosa desde el año 10996 a. C. En ese período, cuando los humanos hacían los primeros intentos de vivir en comunidad, el misterio más asombroso para excitar la imaginación de cualquiera era el poder de la mujer. Más que cualquier otro fenómeno observable, la mujer representaba la divinidad. Cada mes, coincidiendo con los ciclos rítmicos de la luna, sangraba. Sin embargo, milagrosamente, no moría. Cuando el ciclo de sangrado se detenía, su cuerpo cambiaba; sus senos y vientre se hinchaban durante nueve lunas hasta que aparecía una nueva vida.

Debido a que los primeros habitantes de la Era de Isis aún desconocían la relación de causa y efecto entre el sexo y el nacimiento, parecía que solo la mujer era la fuente de la vida humana. Sus poderes vivificantes no se limitaban a la sangre y al nacimiento, pues de sus pechos también brotaba leche para nutrir y sostener la nueva vida que creaba. La mujer era la encarnación humana de la tierra misma, que parecía producir espontáneamente la vegetación y los animales necesarios para sustentar a la comunidad humana. Era el hecho más evidente de la vida... la tierra era madre... la madre era vida... Dios era mujer. Estar en armonía con la fórmula de la Gran Diosa era profundamente simple, y mientras se percibió universalmente que la vida y el alimento provenían directamente de la tierra y de la mujer, todas las prácticas mágicas y las expresiones religiosas le rendían homenaje.

Esta realidad percibida quedó tan profundamente impresa en las mentes de nuestros antepasados que mucho después de que resolvieron el misterio del origen de los bebés, se aferraron tenazmente a las formas externas de adoración a la Diosa y basaron todas las instituciones sociales y religiosas en su fórmula. Eventualmente, sin embargo, a medida que creció la comprensión del universo que nos rodea, nos enfrentamos a una visión del mundo más complicada y a nuevos misterios inquietantes.

EL EÓN DE OSIRIS: La fórmula del dios moribundo 


Aunque la fórmula del dios moribundo se cristalizó en las religiones e instituciones de la era astrológica de Piscis (166 a. C. a 2000 d. C.), el Eón de Osiris amaneció mucho antes.
El advenimiento de las sociedades agrícolas requirió una mayor conciencia de los ciclos de las estaciones. Los agricultores de la era de Osiris comenzaron a reconocer los efectos que la luz del sol, o la falta de ella, tenía sobre la vegetación. Observaron que en ciertas épocas del año los días se acortaban y las cosechas no crecían. Eventualmente se hizo evidente que, aunque la tierra producía vida, la suprema energía creativa que vivificaba esa vida provenía del sol. Coincidiendo con ese descubrimiento, hubo un reconocimiento universal del papel vital que jugaban los hombres en el proceso de procreación. Así como la vida vegetal necesitaba los cálidos rayos penetrantes de la luz del sol para florecer, también las mujeres necesitaban la introducción del esperma masculino para procrear. El hasta ahora no reconocido concepto de paternidad se convirtió en un tema dominante. El Eón de Osiris realmente comenzó cuando nuestros antepasado levantaron sus ojos al cielo y se dieron cuenta de que la vida en la tierra era una sociedad entre el sol y la tierra, y que la vida de la raza humana era una sociedad del hombre y la mujer. Sin embargo, la asociación no se percibía como igualitaria: la reacción de los hombres fue severa y despiadada. La deidad ahora ya no era femenina, era masculina, era un padre, y su poder se asemejaba al del sol.

Aunque este cambio de conciencia fue el resultado de una evaluación más precisa de los hechos de la vida que la realizada en el Eón de Isis, no fue lo suficientemente precisa. Un defecto en la percepción de los hechos cosmológicos sumió a nuestros ancestros de la era de Osiris en una oscura y aterradora crisis de inseguridad que traumatizó tan severamente a la raza humana que aún sufrimos sus efectos. Esta falla fundamental en la comprensión nos hizo cambiar nuestro enfoque del misterio de dónde viene la vida a una obsesiva preocupación por la muerte.

El trágico malentendido se centró en la creencia de que cada día el sol nacía al amanecer en el este y moría al atardecer en el oeste. Abundaban las especulaciones sobre adónde iba el sol muerto durante la oscuridad de la noche y si, de hecho, volvería a aparecer uno nuevo en el este. Quizás se iba a la tierra de los muertos, la que visitamos por unas horas durante nuestra pequeña muerte nocturna del sueño. Los terrores y las maravillas de nuestros sueños formaron los arquetipos del cielo y el infierno y de allí surgío la idea de que después de nuestra muerte no había nadie mejor para juzgar nuestro desempeño en la vida que el mismo sol muerto que nos creó y nos sostuvo durante nuestra estancia en la tierra. Este es precisamente el papel que jugaría el dios Osiris en la mitología egipcia y el papel de Cristo en el cristianismo.

Para complicar aún más estos temores, las escapadas anuales del sol causaban una ansiedad aún mayor. Cada año, en el cenit del poder del sol en el verano, se observaba que cada día salía y se ponía un poco más al sur de donde lo había hecho el día anterior. Alrededor de la época de la cosecha, los días se hacían notablemente más cortos y el espectro de los campos cosechados vacíos se acentuaba con los árboles sin hojas y las hierbas que se doraban y pintaban un retrato melancólico y aterrador de la naturaleza muerta. Era lo suficientemente inquietante que el sol desapareciera por completo cada día, pero si un día decidiera continuar hacia el sur hasta que la noche fuera perpetua, ¿cuánto tiempo podría sobrevivir el mundo en la fría oscuridad antes de que apareciera un nuevo sol?

En un intento por calmar los nervios destrozados causados por tales reflexiones, algunas almas sabias respiraron profundamente e intentaron mirar el panorama general. Sí, el sol muere cada tarde en el oeste, pero años de observación y el testimonio de los miembros más antiguos de la sociedad indicaban que nadie podía recordar un momento en el que no apareciera otro en el este en un período relativamente corto. Sí, el sol se debilitaba y casi moría cada año, pero las mismas observaciones y testimonios revelaban que eventualmente invertía su viaje hacia el sur y los días volvían a alargarse hasta que un nuevo ciclo de vida regresaba a la tierra. Basándose en la mejor información a su disposición, concluyeron que un poder mágico, una fuerza desconocida y sobrenatural, era responsable de la resurrección del sol. Supusieron además que el secreto de esa magia debía estar oculto en la naturaleza misma del sol, y si tan solo pudieran armonizarse con esa naturaleza, entonces quizás ellos también podrían vencer a la muerte.

Dondequiera que miraban en la naturaleza, veían recreado el ciclo solar de nacimiento, vida, muerte y resurrección. Observaron que las plantas brotaban a la superficie en primavera y crecían altas y fuertes en los largos días y la cálida luz del sol del verano. Luego, en otoño, en el apogeo de su madurez, echaban semillas y luego morían o eran cortadas en el momento de la cosecha. Al igual que la tierra misma, las semillas yacían muertas y enterradas durante el invierno sin vida, solo para volver a la vida cuando las lluvias y los rayos del sol se alargaban y transformaban el suelo en un útero cálido y húmedo.

También observaron un crecimiento acelerado de plantas cerca de los restos en descomposición de animales o personas, y dondequiera que grandes cantidades de sangre se derramaran sobre el suelo. Esta maravilla era la contraparte masculina/solar del misterio femenino/lunar de la menstruación. Los paralelismos entre el sol y el falo, la luz del sol y el semen, el poder fertilizador que el semen tenía sobre la mujer y que la sangre tenía sobre la tierra no escaparon a la fértil imaginación de nuestros ancestros de la Era de Osiris. Un nuevo “hecho de la vida” (que se ajustaba a la naturaleza secreta del sol) se convirtió en la fórmula mágica del eón: la vida viene de la muerte.

Para armonizar con la nueva fórmula sería necesario tomar un papel activo en el gran drama muerte/vida. Para los primeros miembros del Eón de Osiris, el sacrificio humano era la representación suprema del sacrificio diario y anual que hacía el sol que daba vida a la tierra. También ilustraba el sacrificio de la potencia del falo después de la eyaculación, y la muerte, sepultura y resurrección de la semilla. El derramamiento de sangre humana en los campos sin sembrar o recién plantados resultó en un aumento notable en la fecundidad de la cosecha. El beneficio más reconfortante que se derivaba de tan sangrientas formas de expresión religiosa era el hecho innegable de que mientras continuaban los sacrificios el sol siempre salía por la mañana y siempre detenía su viaje hacia el sur y volvía a traer la primavera y el verano. Esto puso una enorme cantidad de poder en manos de los sacerdotes o sacerdotisas que manejaban los cuchillos en los sacrificio. Se colocaron entre el pueblo y los dioses y se adjudicaron una responsabilidad personal por el renacimiento del sol. Con cada amanecer se volvían justificadamente más poderosos.

A intervalos regulares, en todo el mundo, la matanza ceremonial del Rey Divino aseguraba una abundante cosecha y el bienestar de la gente. Aunque la víctima era el jefe de estado titular, no era un gobernante en el sentido moderno. Era la encarnación viviente del sol y, por lo tanto, el monarca supremo de la tierra. Su asesinato periódico y la coronación de un sucesor fueron ocasiones de gran solemnidad.

En los últimos años del Eón de Osiris, el carácter del sacrificio evolucionó de la sangre humana a la sangre animal, al pan y al vino. Entre los más místicos, el sacrificio se convirtió en una experiencia personal y trascendente. Sin embargo, tales cambios no perturbaron la fórmula mágica básica del Eón de Osiris. El ciclo de nacimiento, vida, muerte y resurrección siguió siendo el tema dominante hasta la época del renacimiento mágico de finales del siglo XIX. En ese momento, sin embargo, la vieja fórmula ya no se basaba en información errónea. Fue construido sobre la negación.

EL EÓN DE HORUS — La Fórmula del Niño Coronado y Conquistador

Mucho después de que nuestros ancestros de la Edad de Isis resolvieran los misterios reproductivos, continuaron aferrándose a una fórmula mágica que se originó en una época en la que se creía que toda la vida procedía espontáneamente de la mujer y de la tierra. Así también, en el Eón de Osiris, mucho después de que se conociera que la tierra gira alrededor del sol, las grandes instituciones religiosas y políticas seguían obsesionadas con la muerte y la resurrección como si aún creyeran que el sol moría todos los días.

Hoy, las “verdades” científicas de nuestro sistema solar heliocéntrico se han convertido en una realidad incuestionable para todos excepto para los habitantes más aislados o mentalmente privados de derechos de nuestro planeta. Durante cientos de años, las madres les han asegurado a sus pequeños a la hora de acostarse que el sol no se ha ido sino que solo brilla en el otro lado del mundo. Es esta simple verdad tranquilizadora la clave de la fórmula del Eón de Horus. No es una fórmula de nutrición; no una fórmula de vida, catástrofe y resurrección; sino una fórmula basada en la magia del crecimiento continuo.

En el Eón de Isis nos identificamos con la tierra. La vida vino milagrosamente de la tierra y de la mujer. Todos los panteones mágicos eran aspectos de la Diosa. La muerte era un misterio cuyas profundidades eran imposibles de sondear.

En el Eón de Osiris nos identificamos con el sol moribundo/resucitado. Todos los panteones mágicos eran aspectos de Dios Padre. La muerte podía ser vencida mágicamente mediante la obediencia a fórmulas, ritos y doctrinas.

En el Eón de Horus nos identificamos con el sol radiante y eterno. Todos los panteones mágicos se han convertido en aspectos de nosotros mismos. Nosotros, como el sol, no morimos. La muerte, como la noche, es una ilusión. La vida ahora se ve como un proceso de crecimiento continuo y la humanidad está desarrollando una conciencia de la continuidad de la existencia que eventualmente disolverá el aguijón de la muerte.

Es importante que recordemos que las imágenes tradicionales del Tarot se desarrollaron durante el Eón de Osiris, época en la que se aceptaba universalmente que el Sol moría cada noche y renacía mágicamente cada mañana. El viejo arcano que representaba el Juicio Final fue un ejemplo perfecto del tema de muerte/resurrección del dios moribundo. En la carta Eón, que la remplaza en el Tarot de Crowley, fueron reemplazadas las imágenes de la vieja fórmula (cadáveres resucitados que se levantan de las tumbas en el Día del Juicio) con nuevas imágenes que reflejan las fuerzas que actúan en los albores de una nueva era, las fuerzas que encarnan la fórmula del Nuevo Eón de vida continua.

Esta es la “buena nueva” del Libro de la Ley. Esta es la “buena noticia” del Eón de Horus. Podría decirse que el Tarot Thoth es el intento más brillante y hermoso de transmitir en imágenes y color este mensaje profético universal. Cada carta de la baraja está colocada como una vidriera en una magnífica catedral erigida para celebrar la evolución de la conciencia humana. Cada persona que ve estas cartas se conmueve de diferentes maneras. Algunos pueden desear meditar sobre la historia que cuentan. Algunos pueden sentirse impulsados a diseccionar cada imagen minuciosamente. Otros pueden simplemente querer bañarse en la luz y los colores que nos ofrecen.

Sin embargo, nadie sale de esta catedral del Nuevo Eón sin haber sido afectado por la experiencia.








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