Kiosko, ese maldito kinesiólogo japonés

Reconectando una vez más con el espíritu libertario que me llevó por primera vez a ordenar palabras y párrafos, y habiendo comprendido, después de tanta prueba y error, que para mi el momento justo para enfrentar el teclado no existe, y estando casi convencido de que lo que uno quiere, cuando lo consigue, nunca es lo que uno quiere, aunque se parezca o sea casi igual, porque uno ya no es el mismo, y las cosas nunca son iguales en la práctica que en la teoría, me lanzo a la aventura literaria como quien sale a pasear con su perro o decide ir al kiosko a comprar una golosina.

Kiosko, samurai maldito, kinesiólogo inexistente, revela tu rostro verdadero y dime dónde te ocultas, para que así pueda evitar todos los caminos que llevan a tu guarida ornamentada de flores de plástico y lugares comunes.

No me sorprende que justo en el momento en el que empecé a teclear se haya cortado la luz y me haya quedado sin Internet. Entiendo que es algo kármico. En los momentos más importantes me suele pasar. En algún momento va a volver. Por lo menos, la página sigue acá y puedo seguir escribiendo, aunque haya perdido todo interés en la historia de Kiosko, el horrible centauro que se alimenta de la atención de aquellos que lo conjuran a través de la lectura o el sueño. Ya habrá una reconexión. Y si no, que así sea. Lo que más me incomoda es que se me cortó también la música. Me gusta escribir escuchando música, asílostestotienemásridmo.

Voy a interpretarlo como que no me queda otra que entregarme a la realidad, así como es.

Es como cuando me decidí a hacer el profesorado de yoga. A mi me gusta llegar temprano, no solo el primer día, sino siempre. El asunto es que cuando tenía que ir a la primera clase empezó a llover como si fuera el diluvio universal y se inundaron Maipú, Cabildo y Santa Fé. Todo el recorrido que tenía que hacer el 152, el colectivo que iba a llevarme a mi primera clase. 

Om y la reputa madre que los parió a todos. 

¿Será que uno atrae las cosas, como dicen los simpatizantes del pensamiento positivo?

¿Será que uno se vuelve disponible a los contratiempos, o que uno es un maldito desagradecido que en vez de alegrarse porque puede volver a su casa y tiene unas horas libres protesta porque no puede ir a su tan ansiada primera clase de yoga?

Si bien físicamente estoy llegando al objetivo que me propuse de tener el mismo peso que tenía cuando tenía 20 años, y la comida era un tema que no me importaba en absoluto, y nunca se me ocurría ir a la heladera cuando estaba aburrido porque por lo general no me aburría y si me aburría lo último que se me ocurría era ir a la heladera, tengo que aceptar que mis habilidades literarias están un poco herrumbradas.

No porque me falte un tema. Eso nunca fue un impedimento. Me parece que es porque falta tecleo diario. Me falta esa familiaridad con lo que de alguna manera parece que se repite y nos da confianza en que existe alguna forma de continuidad y que somos maestros de algo, aunque más no sea de nuestro propio destino.

Si subo a un auto que no conozco, me siento en un terreno extraño. En el mio, es como si nunca me hubiera bajado, como si me reencontrara con una parte mia. 

Lo mismo con la literatura y con tantas cosas. 

Al teclear, al practicar, los caminos neuronales que permiten que fluya la creatividad literaria se aceitan y todo fluye. Al no practicar, hay que luchar hasta para plasmar los párrafos más insulsos.

Este camino catártico aunque esto parezca contradecir su propia naturaleza, debe ser practicado con frecuencia para poder recorrerlo íntegramente con el desenfreno que merece.

En la época en que se me había dado por insultar sin motivo mi literatura fluía como un río. Claro, eso es fácil, pero qué lindo.

Tal vez para el lector sea una experiencia lamentable, pero para el escritor es el ABC de la libertad.

A mi me gustan los buenos argumentos, las buenas tramas, incluso a veces me pueden interesar las buenas descripciones, y aunque no tengo ni la inclinación, ni la inspiración, ni la dedicación necesarias para tratar de producirlos, cuando los encuentro los disfruto, aunque tengo que aceptar que nada me gusta tanto, en lo que a tecleo se refiere, como el tecleo insensato.

El libre fluir del pensamiento, esa unión de palabras que funciona como en una especie de diario privado en el que uno no se propone guardar sus recuerdos, sino simplemente expresar cualquier cosa que le venga a la cabeza para limpiarse, ordenarse un poco, y relajarse antes de dormir o salir a enfrentar el mundo.

Bueno, creo que por hoy está bien. Te ruego me disculpes por la falta de contenido, por la falta de kimono o por la falta de ritmo, pero no es necesario que me disculpes por la sagrada concha de la reputa madre que nos parió a todos.  

Con eso no tuve nada que ver. 


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