La calesita

Contra mi voluntad, me vi forzado una vez más a practicar el desapego. Justo cuando estaba a punto de colocar sobre mi lengua el bombón de la risa y las endorfinas desatadas, me lo arrebató la existencia con el mismo gesto matemático con que un calesitero resentido le aleja la sortija a un niño que en su inocencia tiene la esperanza de poder vencerlo a fuerza de destreza para así conseguir una vuelta extra.

Es cierto que uno se va acostumbrando y por fuerza de acumulación de desengaños las cosas cada vez duelen menos, pero una frustración es siempre una frustración. Uno se ilusionó con una pequeña dosis de glamour, pero tuvo que volver a alegrarse por las pequeñas cosas, un perro, una foto de Instagram, el llamado de una tía. Nada de ir a cenar con Margot Robbie y que te haga revivir con su sonrisa eléctrica mientras degustan unos canelones a la Rossini. Un nuevo brote en el rosal, dos pájaros coloridos surcan el cielo emitiendo un graznido espantoso, limpiar tu cuarto. 

A todo esto le sumo una gota de tiempo. Cada día tus amigos tienen más años y empezás a escuchar que se jubilan y planean viajar a distintos destinos, cada uno de acuerdo a sus capacidades, y uno se muere, otro se enferma, y a vos te duele un poco la rodilla y otro poco la ingle. Vas al médico, te hacés una tomografía pensando en que tus posibilidades de ir a cenar con Margot Robbie son mucho menores de las que tenés de ganar el Quini 6 tres veces al hilo, y resulta que no tenés nada visible, que tendrías que haberte hecho una resonancia, porque parece muscular. Entonces, en un salto de la imaginación y la audacia, dispuesto a no renunciar así nomás, porque tenés algún gen guerrero que te hace ir adelante, decidís ver un acupunturista chino.

Tu hígado está muy Yang, es por eso que se te inflaman los tendones. Te pincha por todas partes. Te sentís un poco mejor, pero todavía te duele que te hayan quitado el bombón de la felicidad. Te decís que bueno, que ya sos un grandulón (o grandulona)(o grandulone) y que hay gente a la que le va mucho peor desde que son niños, pero no te alivia, porque lo que vos querés es mandarlos a todos a la mierda y que te den lo que te parece que te merecés, independientemente de que te lo merezcas o no, si es que alguien se merece algo más que otro.

Elevás los ojos, respirás profundo y la palabra cielo se hace en tu boca. Y como si no hubiera más en el mundo, por el firmamento pasa una gaviota.  

Decidís que vas a practicar el desapego, pero que vas a practicarlo bien. No vas a dejar el azúcar porque alguien te dijo que no te hace bien. Vas a desapegarte directo del hambre, de la necesidad compulsiva de comer para ocupar tu tiempo libre, para no enfrentarte al silencio, ese que a Atahualpa le daba rabia. Decidís desapegarte de las relaciones tóxicas y de las nutritivas, desapegarte de la necesidad de ir al bosque para encontrarte con la naturaleza. 

Empezás a observar los trompos y las trampas como cosas que apenas giran y se repiten, recordando que a pesar de que para el sabio son siempre nuevos, para los prisioneros comunes de la rutina y el sinsentido son golosinas hipnóticas que no hacen más que distraerlos de lo único que realmente importa. 

Vas a practicar el desapego, pero a practicarlo bien. No vas a abandonar la vida, pero sí vas a despegarte del deseo compulsivo de vivir, de esa pasión de Bulldog por perpetuar las ceremonias y los ritos. Vas a disfrutar del lago y la montaña, pero no vas a ser esclavo de su belleza. Vas a bailar, con música o en silencio.

¿Qué sentido tiene venerar las ruinas? ¿Para qué seguir visitando el Coliseo, un lugar espantoso en donde todavía hoy resuena la violencia más absurda y la muerte de nuestros antepasados se pasea como un fantasma en camiseta? 

Te decís: visitemos al árbol, visitemos a la lluvia. Visitémonos los unos a los otros. Practiquemos el desapego, pero practiquémoslo bien. Desprendámonos de las cáscaras del horror y démosle la bienvenida al aire que entra como quien recibe en su casa a la persona que ama.   

Desapeguémonos de la voluntad de que las cosas sean de la manera que queremos que sean y con una sonrisa inoxidable démosle una patada en los dientes al destino. 




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