Será por el aburrimiento
A veces, cuando me estoy cortando las uñas de los pies, agradezco a Dios por tanta belleza, y otras, cuando veo algo maravilloso, como el nacimiento de un niño, o de un tornado, me pregunto: ¿Para qué tanto alboroto?
Como yo ya hice los deberes, sé que no soy yo quien tiene que hacerse esa pregunta, sino El Creador, el sostenedor de todo este circo del sol cósmico, que tal vez secretamente tenga la esperanza de que nosotros con nuestras acciones y actitudes le demos la respuesta.
Alguien que sonríe debe hacer que El Creador sonría. Alguien que se alegra cuando ve un caracol, hace que El Creador se sienta orgulloso de su obra.
Como ya hemos dicho en este espacio libertario en otras ocasiones, hay algo de tremendamente triste en la gesta de El Creador: no tiene con quien compartir sus alegrías. Se mandó un universo infinito, con soles y planetas en cantidad más que abundante, y le puso vida por todas partes y no sería raro que tenga un guión genial que se va desarrollando muy de a poco.
El asunto es que le faltan espectadores, por no hablar de amigos o novia (siempre pensando que el creador tiene sexo y que es masculino y le gustan las mujeres). (Esa idea es un poco ridícula).
Dejemos a Dios y sus problemas tranquilo y volvamos a los nuestros, que son mucho más inmediatos, por lo menos para nosotros.Y ahí uno se toma un vino, se toma un Lexotanil, se toma vacaciones. No hay caso. El aburrimiento resurge como un yuyo, parece que es inmortal.
¿Se aburrirían ya los antiguos romanos? Claro que sí. Si no, ¿para qué tenían el Coliseo? ¿Para qué querían expandir su Imperio? Una persona feliz se queda en su casa, no hace nada, se divierte mirando cómo pasa el tiempo.
Las personas felices se mueven como las estatuas y se regocijan con el pulsar de la vida que sienten latir en su cuerpo infinito a nivel subatómico, los infelices inventan los telescopios y su mayor esperanza es que Disney invente una nueva montaña rusa.
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