Zen, el gato salvaje

Vivo en una hacienda en el centro de Brasil. 

El lugar fue un orfanato durante más de cincuenta años. Ahora los cuartos fueron renovados y acá funciona una especie de posada rural. Estamos a mil kilómetros del mar, en una ciudad chiquita, pero muy visitada por personas a las que les gusta la naturaleza y el turismo ufológico. 

Quiero decir, los turistas nunca ven nada más que cascadas y bares, pero se llevan remeras con motivos OVNI, muñecos verdes, llaveros y otras artesanías temáticas que se venden como pan caliente porque representan muy bien el espíritu del lugar.

Naturalmente, en la ciudad viven varias personas que dicen haber sido abducidas, que vieron luces misteriosas, y que asegurran tener contactos telepáticos con extraterrestres, y que dan fe de sus experiencias a quien quiera escucharlos y así mantienen viva la llama del turismo ufológico (repito esta expresión porque me gusta mucho) turismo ufológico.

Es como el Uritorco en Argentina, pero en Brasil. La ciudad se llama Alto Paraíso de Goiás.

No sé por qué me fui del tema central que quiero abordar ahora que es la historia de mi gato Zen. 

Debe haber sido la influencia OVNI. 

El asunto es que esta posada rural está dirigida por una organización vegana para la cual comer un animal es un pecado mortal, y tener un animal, más o menos también, por motivos muy difíciles de explicar y que no hacen a la esencia de esta historia. 

Lo que permitió que hoy te pueda contar cómo llegó hasta acá mi gato Zen es que la organización puede prohibir la adopción de animales domésticos, pero no la entrada de animales salvajes, que viven en el parque nacional que circunda la hacienda. 

Lo que quiero decir es que en cuanto prohibieron los gatos, empezaron a llegar las ratas y los escorpiones que encontraron en los forros de los techos el lugar ideal para vivir y reproducirse protegidos de la lluvia y el sol violento del mediodía.

En cuanto los habitantes de la hacienda, y sobre todo los queridos huéspedes, empezamos y empezaron a oir de noche ruidos extraños, supimos que teníamos un problema. 

Usar veneno contra la ratas es muy poco vegano, así que había que encontrar una solución un poco más pacífica.

Una antigua directora, vegetariana, pero no fanática, que pasó la segunda guerra mundial en Berlín cuando tenía cinco años y después educó niños en situación de riesgo en esta desolación maravillosa en la que nos movemos y tenemos nuestro ser, dijo: "eso acá lo resolvimos siempre con un gato."

La noticia cayó como una bomba en la organización que pensaba que los animales domésticos nunca irían a alterar la paz de sus hospedajes espirituales, pero no hubo más remedio que hacerle caso porque entre un gato y ratas en el techo la elección no dejaba lugar a dudas: gato.

Amante de los felinos, asumí la tarea de encontrar un candidato o candidata.

En la ciudad hay un grupo de ambientalistas que se encargan de juntar animales abandonados y darlos en adopción. Tienen una página de Instagram. Yo también. Fué coser y cantar. Entré a su página y lo vi. Me enamoré a primerra vista. Libriano y rebelde. Supe que era él en ese mismo momento. Pensé: se va a llamar Zen, y también va a ser conocido como Chan, o Moño, dependiendo del nivel de confianza.

Todo esto fue introducción. Ahora viene la parte del gato propiamente dicho.

Contacté a la mujer que lo tenía. Me pidió que lo fuera a buscar con una caja de transporte. Yo no sabía lo que era. Lo quería traer en el asiento del acompañante. Me dijo que no, que de ninguna manera, que así no se hace. 

Yo no estaba para discutir, así que conseguí una caja de transporte y lo fui a buscar. Quise entrar para por lo menos saludarlo y meterlo en la caja yo mismo. No me dejaron. Me lo dieron ya en la caja. Lo traje en auto, cantándole todas las baladas que componen mi bastante amplio repertorio internacional. 

Cuando llegamos, le abrí la puerta y no quería salir. Estaba muy asustado. Dejé la puerta de la caja abierta y salí de la pieza. Una hora después, todavía estaba ahí. Dos horas después, no estaba. Se había escondido debajo de la cama. Le puse comida y agua. No las tocó. 

Tres horas después, salí diez minutos. No me di cuenta que la ventana del baño estaba abierta.

Desapareció.

Por dos días, pensé que no lo iba a ver nunca más.

Le dejaba comida del lado de afuera y aparecía intacta.

Al tercer día, la comida desapareció. Los días siguientes, igual.

Un día lo espié y lo vi llegar.


Como era siempre a la misma hora, y yo daba unos maullidos antes de darle la comida, un día nos vimos a unos diez metros de distancia. 

Si yo no me iba, él no avanzaba. 

Eso duró un mes. Durante ese mes tuvimos muchas conversaciónes. Yo le decía miau y él me decía miau. Así diez o quince minutos. Después yo le decía Ho'oponopono: Lo siento, por favor perdoname, te amo, gracias, y me retiraba por el día.

Así pasó otro mes.

Después se acercó a tres metros. 

Otro mes.

De repente, un día, estábamos a un metro. Acerqué la mano, y me hizo un toque con la patita. Fue un momento cumbre. Supe que Zen estaba dispuesto a profundizar la relación.

Dos días después, lo pude acariciar.

Ahora lo puedo alzar y se tira patas para arriba para recibir su dosis cotidiana de mimos. Eso sí, después de las 7hs desaparece hasta las 19hs. 

Cómo o dónde pasa el día, nadie lo sabe.

Ese es entonces hasta hoy la historia que conozco de Zen, también conocido como Chan, o Moño, dependiendo del grado de confianza.




Comentarios

  1. Un pumita mas que hermoso, chiquito y dulce🐾😇❤🐈🐆
    Un aplauso muy grande al "papá" y-o adoptante del pequeño 👏🏼👏🏼👏🏼💛
    Está en buenos brazos! 🤗

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Es cuidado y tratado con amor. Tiene donde dormir, comida y un parque nacional a su disposición para recorrer a su antojo. Creo que mucho más no puedo ofrecerle.

      Borrar

Publicar un comentario

Entradas populares