El problema del contenido maravilloso

Con el desarrollo natural de la Inteligencia Artificial y el acceso cada vez mayor y más fácil a la utilización de las posibilidades maravillosas que ofrece, el contenido audiovisual que circula en la redes sociales mejora todos los días. Ya son millones los que pueden hacer videos fascinantes. La consecuencia casi inevitable que podemos esperar de este estupendo avance es el aburrimiento. Uno de los principales factores que hacen de algo fascinante y atractivo es su escasez. Si todas las mujeres que caminaran por la calle fueran modelos de Victoria Secret, sería muy difícil organizar un difícil. Todas las modelos serían mujeres comunes, normales. Para sorprender, habría que ir a buscar a algún lugar en donde las mujeres fueran un poco más bajas, tal vez un poco más gordas, o sus rasgos no representaran el patrón de belleza que es respetado en la actualidad, ya sea por motivos biológicos o culturales.

Volviendo al tema de los videos, uno abre Instagram y ve flores bailando mejor que las personas, mascotas que hacen todo tipo de acrobacias, algunas tal vez aprendidas con horas de tortuoso entrenamiento, otras producidas con sabios clics de un adolescente encerrado por propia voluntad en su cuarto, incluso tal vez libre ya de las cadenas del capitalismo, porque su habilidad para generar imágenes le permite disfrutar de un estilo de vida que el portero de su edificio no podría ni soñar. 

Lo que pasa es que uno ve un video y es genial, después viene otro y también es genial, el tercero es muy divertido, el cuarto tiene una estética que emociona, el quinto también, y así por delante. Uno mejor que el otro. Uno se aburre rápidamente de tanta belleza y perfección. Y el problema es que si alguien, ya sea por desconocimiento o incluso para tratar de equilibrar la balanza, crea un contenido inferior a la perfección que lo circunda, es inmediatamente despreciado, sin siquiera acceder al beneficio de la crítica despiadada o al bullying que tanto preocupaba a nuestros antecesores. 

El fantasma de nuestra sociedad no es el odio. Es la indiferencia.

Y el fantasma de la indiferencia crece como un joven atleta ruso alimentado con nueces y esteroides.
Está alcanzando las proporciones de un gigante capaz de vencer con un solo movimiento a las mentes más inocentes. Cinco minutos de videos geniales en Instagram. Ya me aburrí. No sé qué hacer. La realidad es horrible en comparación con la pantalla y la pantalla me aburre con una profundidad que podría comparar con la de un océano si fuera capaz de imaginar cómo es. O podría decir que es una profundidad cósmica, lo que es todavía más aterrador. Hay tanta magia disponible que tengo un aburrimiento cósmico. Esa sería la frase célebre de este escrito incandescente, surgido a las 7 de la mañana, después de jugar un poco con el gato, y sin haber abierto todavía las REDES SOCIALES.

Visto así, en mayúscula, se entiende mejor: REDES SOCIALES.

Para qué se usaban antiguamente las redes? Eh? 

Antes de la inteligencia artificial se usaban para pescar horas de pantalla, ahora también, el problema es que como todo medicamento, este también produce un resultado adverso. Lo que pensamos que nos iba a divertir como locos, nos está aburriendo de una manera antes desconocida. Tenemos tantas cosas brillantes para divertirnos que ya nada nos divierte. 

No quiero que me interpretes como un defensor del pasado, diciendo algo tipo: "antes los chicos tenían una pelota de trapo y la pasaban fenómeno". No. No es ese el espíritu de este opúsculo. El espíritu de este opúsculo es el silencio.



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