Prohibido iluminarse

A más de tres mil metros de altura de la base de la montaña Kailāsh, en Tibet, vivía un hombre llamado Ngawang que había decidido renunciar a la vida civilizada y creyó que solo en esa soledad iba a ser posible para él encontrar la paz que buscaba. Kailāsh es una de las pocas montañas que no tiene ningún intento conocido de ascensión, en muestra de respeto a las creencias religiosas budistas e hindúes. 

Ngawang pensó: "acá puedo morir de hambre o de frío, tal vez me ataque algún animal salvaje, pero nunca nadie va a poder decir de mi que morí de aburrimiento en la caja de un supermercado. O vendiendo boletos para entrar al subte. Eso no. Ese no es Ngawang."

Los primeros años fueron tal cual como esperaba. Nadie. Ni animales salvajes que pusieran su vida en peligro. Comía algunas raíces y frutos silvestres y se protegía del frío en una cueva en la que tenía agua, ya que allí se originan algunos de los ríos más largos de Asia como el Indo, el Sutlej, el Ganges y el Brahmaputra y la montaña se encuentra cerca del lago Mana Sarovar (‘lago de la mente’), pero hacer fuego era una tarea que le requería grandes esfuerzos. 

Como buscaba la soledad, pero no era un inconsciente, había llevado bastante ropa térmica, encendedores, una sartén, una olla, y, en síntesis, todo lo que pensó que le sería útil por lo menos para empezar. 

Para su desgracia, o su fortuna, o la nuestra, dependiendo del punto de vista, un día llegó hasta su
campamento una expedición norteamericana. Ngawang estaba flaco, bastante sucio, tenía el pelo por la cintura, y su actitud no fue muy amigable cuando vio venir a ocho alegres expedicionarios que amenazaban con acabar con su tan querida y por la que tanto luchó paz.

Intentó esconderse en su cueva, pero los visitantes contaban con todo tipo de tecnología ultravioleta y llegaron hasta la entrada de su escondite cantando mantras mezclados con melodías de moda. 

Ngawang intentó disuadirlos usando todo tipo de tácticas que sería largo describir aquí en este momento porque entiendo que vos valorás tu tiempo y yo valoró el mío. Vamos a lo esencial. No sólo que no logró espantarlos rápidamente, sino que los felices aventureros, entre los que se encontraba un famoso periodista del New York Times, se fueron convencidos de que se trataba de un gran maestro que quería permanecer anónimo vaya uno a saber por qué. De más está decir que Ngawang negó poseer cualquier tipo de conocimiento esotérico y afirmó ser un hombre común cansado de la civilización, pero nadie le creyó. Ellos mismo estaban cansados de la civilización, pero ninguno aguantaría pasar una semana en esa montaña sagrada. 

Después de la publicación del artículo sobre la vida imaginada y novelada de Ngawang, las visitas para ver al ahora "Maestro" fueron cada vez más frecuentes. Cuanto más trataba él de alejar a los visitantes, mayores eran los esfuerzos que hacían para permanecer en su presencia aquellos que pensaban que podría mostrarles el camino a la iluminación.

Aprovechando la circunstancia, Ngawang les sugería a sus aspirantes a discípulos que si querían tener más chances de ser aceptados deberían cumplir ciertas tareas. Así se empezó a hacer traer todo tipo de comidas exóticas, se hizo construir un complejo habitacional con una sala de conferencias, un anfiteatro, varias habitaciones grupales, y una suite con jacuzzi para él y sus eventuales compañeras.

Ngawang pensó "bueno, esto no es lo que quería, pero no está tan mal. Si esta gente quiere creer que soy un maestro, ¿quién soy yo para quitarles la ilusión?".

El asunto es que después de un tiempo, se empezó a cansar incluso de la fama y los placeres. Decidió tomar medidas más drásticas.

Con la ayuda de uno de sus discípulos, mandó a hacer y colocar una serie de carteles que iban desde la base de la montaña hasta su centro de operaciones.

En la base misma, donde comenzaba el camino, el primero decía "Después de un duro ascenso, te encontrarás con el maestro Ngawang. Él no quiere recibirte. Odia las visitas. No tiene nada que enseñar y es muy posible que te maltrate de todas las formas imaginables. Ahora que has recibido esta advertencia, debes saber que eres absoluta y totalmente responsable por cualquier problema que tengas en esta fría y peligrosa montaña."

Trescientos metros después, otro cartel: "Si insistes en subir, espero que traigas comida para varios, y que entiendas que no eres ni serás bienvenido o bienvenida, a menos claro que seas una modelo húngara de ropa interior dispuesta a servir al Maestro sin protestar."

Mil metros después: ¿Todavía aquí? ¿Qué tengo que hacer para que te vayas? No te quiero, no tengo nada que enseñarte. Yo mismo soy muy infeliz. Ni en esta montaña pude encontrar la paz. ¿Cómo se te ocurre que puedo ayudarte? Tomatelás! Volvé a tu casa. Abrí un comercio, hacete voluntario de la Cruz Roja, robá bancos... no sé... hacé lo que quieras, pero dejame en paz. Acá no es. No tengo lo que estás buscando."

Ya a doscientos metros de su residencia, un último cartel: "Bueno, veo que no conseguí hacerte entrar en razón. Ya sabés, espero que traigas elementos que justifiquen tu estancia bajo mi techo. Por ahora, acepto comida y electrodomésticos. Dinero no porque me da la impresión de que para gastarlo voy a tener que volver a la civilización y esa idea me aterra. Tratá de no hablar mucho (aunque seas la modelo húngara que estoy esperando), no hagas ruido, y, si da la casualidad de que sos Chef, haceme llegar algún plato como ofrenda. Y lo fundamental: si estás buscando la iluminación y pensás que yo voy a darte algo que va a ayudarte a lograrla, volvé sobre tus pasos, andate, tomatelas. ¿Cómo te lo tengo que decir? Acá no vas a conseguir NADA, NADA, NADA,"

Los años pasaron y el Ngawang vivió una vida que no era la que esperaba, pero tampoco le dio muchos motivos para protestar. La gente que lo visitaba respondía a todos sus caprichos intentando satisfacer la voluntad de alguien al que consideraban muy cerca de la divinidad, si no una divinidad en si misma, la comida nunca faltó, y fué bañado y sexualmente abusado por modelos no sólo húngaras sino de otras nacionalidades que se hacían pasar por húngaras para que él las aceptara. Él, en ese aspecto, era bastante tolerante, e incluso si la chica era negra, china o nórdica, y daba para ver a dos kilómetros que no era húngara, se hacía el distraído y le permitía que hiciera con él lo que quisiera. 

El asunto es que ya viéndose cerca de tener que enfrentar al arcano de la muerte decidió que lo más
divertido que podía hacer para retirarse de este mundo con elegancia era fingir que era un maestro y que siempre lo había sido.

Hizo llamar al periodista del New York Times, que para esa época y era director y accionista de la prestigiosa publicación, y le concedió una entrevista exclusiva.

La primera pregunta fue: ¿Por qué llama a su ashram Prohibido Iluminarse?"

Ngawang, ya conocido como Sri Sri Swami Ngawang Prem, le respondió así: Bueno, ya que su primera pregunta es tan buena, le anticipo que tendrá una respuesta completa, pero que tendrá que usarla como respuesta para cualquier otra pregunta que traiga, porque es una respuesta atómica, que lo dice todo y sólo pierde para el silencio. Como no lo voy a hacer venir hasta acá para verme en silencio, le digo esto y punto. Vamos a tomar algo, a relajarnos un poco, y usted se va con lo que vino a buscar y yo puedo plantar la semilla de mi modesta sabiduría en la mente de millones y millones de personas que ahora viven o vivirán después. Ok?

El periodista, que ya sabía con quien estaba tratando, le dijo:"Por supuesto, lo que usted diga"

De todas formas, él se iba a cansar de vender diarios por más que el maestro se quedara en silencio.

Ngawang dijo así: "El problema de la civilización es que todo el mundo anda queriendo algo. Uno quiere más dinero, otro más salud, otro más amor. Nadie está contento como está. Usted podrá argumentar que ese deseo es inherente a la condición humana, y yo no lo voy a discutir por varias razones. Uno, porque no sé. Dos, porque no me interesa discutir nada. Tengo una modelo húngara esperándome en el jacuzzi... imaginesé... Lo que le quiero decir es que todo el mundo anda queriendo algo. Incluso yo mismo, cuando vine acá, quería encontrar la paz. Como si la paz no se pudiera encontrar en cualquier lado... Yo viví en Shangai y la pasaba fenómeno... Después las cosas se pusieron difíciles y se me dio por venir acá... el resto ya lo conoce... pero le quiero decir que hasta yo estaba en la misma... creía que acá era mejor que allá, que iluminado era mejor que sin iluminar, que santo es mejor que pecador, etcétera... ¿me explico? Lo que necesitamos no es agregar algo nuevo a nuestras vidas, es liberarnos de las cadenas que nos atan... Es por eso que digo "Prohibido Iluminarse".. para que no venga un inconsciente esperando que va a conseguir acá algo que ya no tenga, algo que ya no sea... Querer la iluminación es igual o peor que querer ganar la Lotería... Y la trampa es la misma, querer ser algo que un piensa que no es... es como buscar un sombrero que tenemos puesto... no lo vamos a encontrar nunca... Aquí no ayudamos a la gente a cambiar, la ayudamos a amar la vida de manera incondicional, y si para ayudarla tenemos que prohibirle la entrada, se la prohibimos...  Así que gente, bueno, denle para adelante, con cariño, con alegría, que del destino no se puede huir..."

La nota fue todo un éxito y cuando empezó a llegar demasiada gente al ashram el maestro usó sus contactos para desaparecer. Hay quienes aseguran haberlo visto en Cuba, tomando un mojito en la playa, degustando unos cornalitos fritos. Pero ¿quién sabe? y ¿Qué importa? 

Lo importante es




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